martes, 11 de mayo de 2010

Las glorias del gran Garibay

Guillermo Vega Zaragoza

Nunca, nadie, en la historia de la literatura mexicana, escribió tanto y tan bien como él, y nunca una obra fue tan ninguneada por la cultura oficial, los suplementos y los estudios académicos como la suya. Todo se debió a su peculiar forma de ser, altiva y pendenciera, intolerante ante la mediocridad y de fúrica reacción ante las actitudes genuflexas. A los jóvenes escritores recomendaba: “Ser sumamente humildes frente a su oficio y sumamente soberbios frente a los demás; no arrodillarse jamás ante nadie, ser verdaderamente un lépero ante la autoridad y un perro con la cola entre las piernas ante el propio afán de escribir; nada más”.

Murió Ricardo Garibay, hijo predilecto de Tulancingo, Hidalgo, ciudad a la que regresó sólo porque le iban poner su nombre a un callejón lodoso, a espaldas de un cine. Desde luego, rechazó el gesto y le pidió al gobernador que, por lo menos, se merecía una calle de cien metros con un camelloncito.

Murió vencido por el cáncer, pero haciendo hasta el último momento lo que siempre quiso: leer y escribir. Como sucede en estos casos, ahora vendrán todas las cosas que se le negaron en vida: los homenajes, los reconocimientos, los estudios académicos, las antologías y las recopilaciones.

Para el gran público, Garibay es recordado como el señor enojón que aparecía con bata en la televisión en horarios infames, molesto porque en el estudio de junto estaban martillando mientras él hablaba y guardando silencio ante las cámaras por interminables segundos hasta que cesara el ruido. Otros pocos se refieren a él como el creador de un personaje arquetípico de la sociedad urbana en el México del fin de siglo: el Milusos. Muchos menos, como el cronista imprescindible de las páginas editoriales del Excélsior de Scherer.

Sin embargo, todo eso y el recuerdo de los desplantes y la soberbia darán paso con el tiempo a la permanencia de la obra. Polígrafo consumado, se abismó en todos los géneros (quizá sólo le faltó incursionar a fondo en la poesía) y todos dominó: novela, cuento, crónica, ensayo, memorias, artículo periodístico, semblanza, comentario, viñeta, retrato, reportaje, guión cinematográfico, teatro…

Publicó casi 60 libros y, lamentablemente, como bien lo apuntó Emmanuel Carballo, lo eclipsó la gloria de sus condiscípulos en el Centro Mexicano de Escritores en 1952-53, Juan José Arreola y Juan Rulfo, autores más bien estreñidos. Al principio los tres subían como la espuma, uno tras otro se sucedían cuentos de cada uno de ellos, a cuál más valioso. Así fue hasta que en 1955 Garibay entra en un estado de neurosis que lo paraliza y le impide seguir escribiendo.

Nunca les perdonó, sobre todo al autor de Pedro Páramo, que le arrancaran lo que él sentía que le correspondía por derecho propio. No se cansaba de denostar a Rulfo. En mayo de 1984 dijo: “Una de las personas que más ternura o lástima me dan es Juanito Rulfo, el glorioso autor de dos libros de cien páginas; nadie ha vivido nunca tan bien como Rulfo a cambio de tan pocas páginas escritas, dos libros, folclóricos, buenos, que lo han hecho vivir hasta los setenta años de edad, desde hace cuarenta”.

Diez años exactos pasa Garibay en el infierno de la inmovilidad, casi la locura, sufriendo como un perro, sin poder escribir. Pero una vez curado, nadie lo detuvo. Las obras se acumulaban una tras otra, pero muy pocos críticos las tomaban en cuenta. Y como la paga es poca y el hambre es mucha, Garibay tiene que dividirse entre el periodismo, el guionismo y la televisión, y alguno que otro trabajo eventual para dar de comer a los suyos.

Así, conforma una obra paradójica, controvertida y desigual, como su propia personalidad. En el largo estante que ocupan sus libros, al lado de obras eminentemente alimenticias, como algunas recopilaciones de sus artículos periodísticos y reportajes hechos por encargo de algún funcionario, se encuentran novelas y cuentos fundamentales de la literatura mexicana: Beber un cáliz, La casa que arde de noche, Triste domingo, Fiera infancia y otros años, El gobierno del cuerpo, Par de Reyes, Las glorias del Gran Púas

Se ha vuelto lugar común mencionar el espléndido “oído” de Garibay para atrapar el habla popular en la página. La crónica sobre Rubén Olivares es el ejemplo más socorrido. Sin embargo, se ha prestado poca atención a los hallazgos estilísticos y de estructura narrativa que Garibay plasmó en sus obras más logradas. Garibay esculpía delicadas obras con martillantes trazos e imágenes. El fraseo ágil y puntilloso, sin duda influido por el lenguaje cinematográfico, sin que demerite la profundidad psicológica de los personajes, como en Verde Maira; o la multiplicidad de ritmos y atmósferas contrastantes, en las que refulgen con igual fuerza personajes tan disímbolos, como en Triste domingo. Su obra sigue en espera de la ponderación y el análisis que se merece.

Una fatal coincidencia quiso que muriera días después de otro grande de la literatura mexicana, Jaime Sabines, con quien lo hermanó José Emilio Pacheco, al decir que Beber un cáliz es el equivalente en prosa a lo que en la poesía de nuestro país representa “Algo muerte sobre la vida del mayor Sabines”. En efecto, ambas obras rezuman el desgarrado dolor de la pérdida física del padre; sin embargo, para Sabines es la desaparición del padre sin duda amado y venerado, mientras que para Garibay es el deceso del progenitor temido, y a la vez odiado y reverenciado. Por otra parte, en actitud vital, quizá no pudieron existir personalidades tan opuestas como las de Sabines y Garibay.

De esta forma, si de la casualidad se trata, ésta quiso que en el momento de enterarme de la muerte de Garibay estuviera leyendo un librillo acerca de Charles Bukowski. Recordé que en una ocasión Garibay se refirió a él como “escritorzuelo con lenguaje de mingitorio y alma fornicaria”, además de “borracho, y drogo, que apestaba más que un cerdo”. Es decir, nada más que la verdad. Y, sin embargo, al citar el pasaje inidentificable de una novela de Bukowski, Garibay le concede el reconocimiento de “una abismación literaria que es erotismo de limpia especie”. Esa es la única referencia que conozco entre estos escritores que resultan, en apariencia, tan distantes.

Pero, bien miradas, sus vidas y obras resultan líneas paralelas que se divisaron entre sí apenas un instante. ¿No es “la fiera infancia” de Garibay de alguna forma “la senda del perdedor” de Bukowski? ¿No es la admiración de las “treinta y cinco mujeres” del mexicano parecida a la mordaz y tierna visión de las “mujeres” del californiano? ¿No coquetearon ambos con el cine y luego se burlaron de él? ¿No es el retrato de las cloacas de Los Ángeles de alguna forma también la crónica del lujo y el hambre de México? ¿No empezó de lleno el gran Buk su camino en la literatura bien entrada la cuarentena, y no se liberó del infierno de la infecundidad Garibay en su cuarta década de edad? ¿No fueron y siguen aún siendo denostadas sus personalidades y sus comportamientos irreverentes y pendencieros? ¿No murieron ambos haciendo lo único que siempre quisieron: leer y escribir?

1 comentario:

  1. un amigo que murió el año pasado, (Armando Gómez Pozos) compañero promotor de lectura de Tulancingo Hidalgo se había propuesto leer toda la obra de Ricardo Garibay, y lo hacía y también murió haciendo lo que siempre quiso. leer y escribir.
    gracias Guillermo por la mirada que nos compartes.
    Supe que el día que murió también se murió un león del zoológico municipal de Pachuca y que en las primera plana del periódico, fue la noticia, como lo que le pasó a Bram Stoker que la noticia de su muerte fue nublada por el hundimiento del titanic. Saludos. y mucho éxito al blog

    ResponderEliminar

Aquí puedes escribir tu comentario.