martes, 1 de junio de 2010

Primera década de eternidad

En la presentación de Las glorias del gran Púas, librería del Palacio de Bellas Artes, 1978


Josefina Estrada


Ricardo Garibay desciende de una estirpe de suicidas. Y los suicidas deciden el día de su muerte. Pero Garibay no quería morir. El destino decidió que expirara el 3 mayo, día de la Santa Cruz, cuando los albañiles celebran su fiesta, en recuerdo de la fecha del hallazgo de la cruz de Cristo en el Monte Calvario. Por supuesto, los hombres que realizaron tan feliz hallazgo eran albañiles. Esta celebración vino a sustituir el rito pagano de las floralias, fiesta romana, en honor a Flora, diosa que representa el eterno renacer de la vegetación en primavera, que se celebraba del 28 de abril al 3 de mayo.

Los deudos tratamos de hallar consuelo ante la irreparable pérdida, buscando descifrar mensajes ante lo inescrutable. Por ello, me parece que don Ricardo se fue en un día emblemático. Fue educado bajo la férrea liturgia cristiana. Y cuando él decidió ser un pecador cínico e irredento, mandó al diablo a Dios. Pero la duda, la posibilidad de la existencia del Poder Divino lo desvelaba. Por ello, abiertamente envidiaba a sus colegas creyentes que tenían un asidero en la fe.

No creía en Dios, pero estaba seguro de la existencia del Diablo. Literalmente, no lo quería ver ni en pintura. En alguna parte, ya conté que rechazó la ilustración propuesta para la portada de su libro De toro toronjil, una litografía del oaxaqueño Maximino Javier, donde algunos diablos juguetones viajan en un camioncito. El motivo de su vehemente rechazo, me confió, se debía a que, después de muchos años de terapia, había comprendido que su severa neurosis nacía del trato que de niño había hecho con el Demonio: a cambio de su alma, el demonio debía matar a su padre, quien le propinaba salvajes golpizas. Sin embargo, a los 39 años Garibay escribió la novela Beber un cáliz, una de las obras más hermosas y conmovedora de la literatura sobre la agonía de su padre, donde pudo hacer a un lado todo el veneno que aún lo corroía y sólo quedó el diáfano amor filial.

La noche previa a la fiesta de los albañiles, los hombres arman la cruz con desechos de los materiales de la obra y la colocan en el sitio más alto de la edificación, adornada con flores naturales y de papel. Los albañiles suspenden las labores al mediodía y dan comienzo la música y la borrachera. Don Ricardo falleció 45 minutos antes que terminara la celebración del día del hallazgo de la Santa Cruz, también conocido como el Día de la Invención.

Visto de esta manera, Garibay murió el día justo, apropiado y como hermosa metáfora a su vida entera.

Después de esa justicia poética, el tiempo que, dicen, pone todo en su lugar, 10 años han sido insuficientes para poner a Garibay en el lugar que, por derecho, le corresponde a un escritor de su valía. Sólo ha habido dos grandes sucesos que pueden ser el telón del perpetuo homenaje que debiera brindársele: la publicación de su obra reunida en 10 tomos y la inauguración de la Biblioteca Central del Estado de Hidalgo Ricardo Garibay, una de las más modernas del país, con una extensión de 4 mil 560 metros cuadrados.

Ambas acciones enaltecen la memoria de quien un día comentó: “Un pueblo que no lee, es un pueblo que acabará en la servidumbre de algún imperio; un pueblo que no lee, es un pueblo que pare y macera gigantescas cantidades de analfabetas”. Para paliar un poco la escasa cultura libresca de los mexicanos, durante años Garibay compartió sus lecturas en el programa radiofónico Astucias literarias. En privado, era natural que comentara de manera elocuente alguna obra de la literatura universal; a los escuchas no nos quedaba más remedio que buscar el libro por él mencionado para localizar el soberbio pasaje aludido; cuando se encontraba, era una pálida sombra. Y desencantado, uno le expresaba que él lo había narrado mejor. “Suele suceder”, contestaba campechanamente.

La publicación de la obra reunida puso al alcance de un nuevo público una obra difícil de conseguir. Garibay nunca fue un autor de masas, pero tenía seguidores que agotaban las ediciones en un tiempo razonable.

Aparte de estos dos acontecimientos, los demás hechos que se han sucedido en esta primera decena de su fallecimiento, son detalles, apenas pequeños fragmentos del monumento que debiera construirse. Y no es que me gustara ver a don Ricardo hecho escultura, pero es plausible. Hay gobernadores que han mandado esculpir a personajes tan disímiles como Fox, el arcángel Gabriel o a Ho-Chi-Min… Aunque sí hay que señalar que existe un busto de cobre de Garibay a la entrada de la magna biblioteca de Pachuca.

Es fundamental y urgente que los funcionarios y gobernantes unan sus esfuerzos, inteligencias y sensibilidades para honrar y perpetuar la memoria de un hombre que no tuvo el talento ni la personalidad convenientes para conquistar a sus pares contemporáneos. Se cubrió de máscaras que impidieron el acercamiento a su obra. Se empeñó en buscarse enemigos, que ni muerto le perdonan la vida.

Hombre alejado de los grupos y las academias, no se le ha estudiado ni se han hecho ensayos acordes con las miles de cuartillas publicadas. El crítico literario Ignacio Trejo Fuentes, quien acaba de terminar la primera tesis doctoral sobre Garibay, ha publicado que cuando inició su tesis, pretendió hacerla sobre la obra de Garibay. Pronto se dio cuenta de que esa labor era imposible de abordar en un solo trabajo, y se concentró en el amor y las mujeres en la narrativa garibayana. Cuando Trejo Fuentes inició la etapa de investigación, con gran sorpresa descubrió que Garibay parecía no haber existido. Así de escasos son los trabajos ensayísticos. Un autor tan prolífico que divulgaba cuanto escribía es, por lógica, irregular. A lo largo de 36 años, publicó medio centenar de obras, más de un libro por año. No todas las obras son extraordinarias, pero lejos de ser un problema, debiera ser una provocación para los críticos y académicos, y sería hora de que se pongan a trabajar para emitir verdaderos juicios valorativos. Hasta ahora han sido meras descalificaciones, la mayoría nacidos de la mezquindad o el simple desdén. O peor, ayudan a perpetuar el silencio y el ninguneo.

Tengo dos propuestas concreta para difundir la literatura de Garibay. Sugiero que se cree la Cátedra Ricardo Garibay en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, donde imparto la materia de Periodismo y Lenguaje Narrativo para los alumnos del 7° semestre, a quienes suelo dejar leer algún libro de Garibay. Sin excepción, quedan maravillados de haber descubierto a este autor. Hace un año, un alumno me comentó: “¿Por qué ningún maestro, en toda la carrera, ni siquiera nos había mencionado a Garibay?”. Debo aclarar que mis alumnos pertenecen al SUA, Sistema de Universidad Abierta, y no al escolarizado, donde por necesidad tomarían clases con Froylán López Narváez, Lucía Rivadeyra e Ignacio Trejo Fuentes, quienes conocen ampliamente la obra del homenajeado, y cabe la posibilidad de que lo mencionen en más de una ocasión. Entonces me escandalizó ese comentario y exclamé para mis adentros: “¡No conocen a Garibay y están a punto de terminar la carrera!”. En algo me conforta que tampoco les suenan los nombres de Jorge Ibargüengoitia y Vicente Leñero, a quienes también les dejo leer.

Estos tres autores eran leídos por todos los estudiantes de periodismo de mi generación. Los leíamos en las páginas editoriales del Excélsior de Scherer. Y también porque Gustavo Sainz nos acercaba a la obra literaria de esta triada, y de Sabines, decanos de nuestra literatura.

Me gustaría que se impartiera esta cátedra en Ciencias Políticas porque los alumnos aprenderían a escribir periodismo literario con sólo leerlo. Además perfeccionarían la sintaxis, puntuación, ortografía y gramática. Alguna vez dejé leer en el semestre tres tomos de la obra reunida. Los resultados fueron extraordinarios. Los alumnos aprendieron a redactar textos autobiográficos, semblanzas y crónicas realmente notables. Pido que sea la Facultad porque varias veces, cuando se revisan los planes de estudio, se ha sugerido que desaparezcan las materias de Literatura y Sociedad, y la que yo imparto para dar lugar a la asignatura Teoría del Periodismo, la cual abarca conceptos de narratología —que en la práctica ya se imparte— que sólo sirve para que los alumnos reprueben, se indigesten de términos incomprensibles y para que odien a la literatura. Ante semejante sugerencia, sé que don Ricardo me diría: “¿Por qué me limita? Sugiera usted que se me estudie en todas las universidades y facultades, en México y el mundo entero.” De acuerdo, don Ricardo, también sugeriré que se le traduzca a todas las lenguas, pero empecemos por la creación de la cátedra en Ciencias Políticas…”.

Como en internet es muy escasa la información sobre Garibay, la segunda propuesta es crear un blog dedicado exclusivamente a Ricardo Garibay. El escritor y crítico Guillermo Vega Zaragoza y yo emprenderemos esa tarea; en breve colgaremos en la red este proyecto, que sabemos será entusiasmante. Están invitados todos aquellos que tengan material para este proyecto y así como sugerencias de fragmentos de textos que consideren deban de incluirse.

La ignorancia del alumnado y profesorado es lógico resultado del olvido sobre la obra de don Ricardo de comunicólogos, funcionarios y políticos. Por ello, además, hago un llamado al Fondo de Cultura Económica para que le ponga a una de sus bibliotecas el nombre de Ricardo Garibay. Ojalá su actual director, Joaquín Diez-Canedo, esté en sus manos hacerlo realidad, quien junto con su maravilloso padre, publicaron la mayoría de la obra del hidalguense, en la editorial Joaquín Mortiz.

A veces, pareciera que la mala fortuna persigue a Garibay. Algún desaguisado sucede que viene a opacar lo que debiera brillar. Por ejemplo, la fecha original de este homenaje era el 27 de abril, y no se le reservó el domingo siguiente, que justamente caía el 3 de mayo. Hubiera sido lindo reunirnos el día de la Invención. Tampoco sé por qué tuvo que morirse María Félix en la víspera de la aparición de las obras completas, con el consecuente opacamiento en las páginas culturales. Claro, a María se le veló de cuerpo presente en el Palacio de Bellas, y las puertas permanecieron abiertas toda la noche para que miles de mexicanos vinieran a despedirse. En cambio, los funcionarios de ese momento no se atrevieron a desafiar el status quo para que Garibay fuera velado en este hermoso recinto. Por supuesto, estamos hoy aquí porque la fecha se pospuso por la medidas sanitarias de la influenza.

Y también, tuvo la mala fortuna de morirse a deshoras, antes de que se instituyera la medalla de Bellas Artes. El protocolo impide entregar a los ausentes tan alto honor. Sin embargo, entre los bellos detalles de este decenio, está la entrega póstuma de la medalla Miguel Hidalgo, máxima presea que otorga el Congreso Hidalguense Legislativo. Podría seguir dando sugerencias, pedir no empobrece. Mi llamado es para todos los que ejercen el poder en aras de perpetuar la memoria del escritor. No saldrán defraudados.

En síntesis, hasta el momento, sólo el gobierno, los funcionarios y los políticos hidalguenses han enaltecido a su hijo pródigo. En Hidalgo, a lo largo del año, se han programado varias mesas redondas y promoción de la obra. Y se cumplirá así uno de los preceptos del homenajeado: “Leer es viajar por dentro, inagotablemente. Releer es andar caminos caminados que hoy no nos llevan a donde nos llevaron la primera vez. Leer es investigar. Investigar es desentrañar los misterios de la realidad cotidiana y dominar esa realidad, es avanzar y evolucionar. El pueblo que no lee, no avanza y no evoluciona hacia ninguna parte”.

Hasta donde sé, sólo en la Ciudad de México y Cuernavaca se conmemoró su décimo aniversario luctuoso. Además, en Hidalgo se ha creado el Premio de Cuento Ricardo Garibay para estimular la participación de sus escritores locales. La casa de la cultura de Tulancingo, su tierra natal, también lleva su nombre y será remozada este año. También, van a hacer un DVD con una selección de los programas que Garibay grabó para la televisión del estado, en el programa Diálogos hidalguenses. Sería bueno que Canal 22 o TV UNAM emulara esta acción y rescatara los programas que Garibay grabó para canal 13 bajo el título Calidoscopio. Tal vez se hayan conservado los que grabó para canal 11.

En fin, faltan 14 años para celebrar el centenario del nacimiento de Ricardo Garibay. En 2023, seré una respetable anciana y estaré haciendo un nuevo recuento de las omisiones y los lindos detalles. Ojalá que, para entonces, el INBA decida hacerle un homenaje nacional y se emita un timbre y un billete de lotería. Y que todos los estados echen la casa por la ventana, que a todo lo largo y ancho del país se escuche su nombre. Pero sobre todo, me gustaría declarar que la vasta obra de Ricardo Garibay ha servido para formar una sociedad con mejores lectores; mejores seres humanos, como lógica consecuencia.


Texto leído el 30 de agosto de 2009, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes

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